Desde enero de 2015 la inflación general se ha mantenido en media en el 0,0%, siendo el componente energético, que en mayo caía un 8,1%, el factor que más negativamente ha contribuido a estas tasas de inflación.
Dada la elevada volatilidad del componente energético y su naturaleza de carácter externo, la tendencia de fondo de la inflación de un país o una región se observa mejor en la inflación subyacente (excluyendo energía y alimentos sin elaborar).
La dinámica de la inflación subyacente también es débil, habiendo oscilado en torno al 0,8% desde enero de 2014, debido a la debilidad de todos sus componentes, destacando, por su mayor peso, el estancamiento de la inflación de servicios (en torno al 1% desde enero de 2014).
La ausencia de presiones sobre la inflación subyacente responde a varios factores que van desde la depreciación del euro entre fin de 2014 e inicio de 2015 que no ha ayudado, de momento, más que a estabilizar la inflación de los bienes industriales y los alimentos no elaborados en tasas del 0,5%, hasta el estancamiento en tasas modestas -1,3% desde inicio de 2015- del crecimiento salarial, factor clave que reside en la situación de fondo de la economía. Esta estabilidad de los salarios resta peso a los temores de efectos de segunda ronda por los persistentemente bajos niveles de inflación.
Según las estimaciones del BCE los factores que más contribuyen a la debilidad de los salarios son la tasa de paro y la baja inflación. El propio BCE sugiere que las reformas laborales en algunos países de la región también han podido alterar el funcionamiento del mercado laboral, lo que supondría que, por un periodo de tiempo, pueden convivir una caída del paro con un bajo crecimiento salarial.
A medida que la actividad económica siga ganando tono en la eurozona y el mercado laboral ajustándose, se intensificará la presión al alza sobre los salarios. Pero como la tasa de paro sigue siendo elevada (10,3% frente al 7,3% mínimo pre-crisis) la recuperación salarial será muy gradual.
Por otro lado, la fortaleza de la demanda interna está contribuyendo a la recuperación económica, que según avance irá generando presión sobre los precios. Las estimaciones apuntan que el output gap tocó fondo en 2014, pero aún es significativo (1,5% según la OCDE), con lo que la presión podría no ser inmediata.
En base a esto, no se espera que la inflación subyacente recupere tasas por encima del 1% hasta 2018, aunque si se cumplen las expectativas de los analistas de referencia sobre la evolución del precio del crudo y éste muestre, a partir de ahora, una suave tendencia al alza, la inflación general puede ganar impulso de forma más rápida y alcanzar en 2017 una media del 1,3%, empujada por el efecto base de comparación de los precios de la energía.
A pesar de estas previsiones de tendencia al alza en la inflación, los riesgos sobre éstas se siguen inclinando a la baja, tanto a corto como a largo plazo. Dado que los salarios no han comenzado a repuntar, la inflación subyacente podría tardar más de lo previsto en incrementarse y, dado el persistente bajo nivel de inflación general, tampoco se pueden descartar totalmente efectos de segunda ronda más significativos. De esta forma, el BCE podría optar por anunciar medidas de estímulo adicionales.
Post-it
- Los efectos de segunda ronda, es como se denomina a la situación en la que la subida de la inflación provoca a su vez una subida de los sueldos, bien de forma directa mediante cláusulas de revisión salarial ligadas al IPC, bien a través de negociaciones colectivas al alza, cuando se negocian las subidas del convenio del año siguiente.
- El problema de los efectos de segunda vuelta es que inician un círculo vicioso de inflación, ya que las subidas del IPC generan efectos de segunda vuelta, y a su vez los efectos de segunda vuelta generan inflación y subidas del IPC y así sucesivamente.
- El PIB potencial mide el nivel de producción máximo que un país puede alcanzar con el trabajo, capital y tecnología existentes, sin provocar presiones inflacionistas. El PIB observado suele diferir del potencial y a la diferencia entre ambos se le denomina output gap. En las fases expansivas, la actividad económica se mantiene durante un periodo de tiempo por encima de su potencial, generándose un output gap positivo, asociado con presiones inflacionistas. En las recesiones, ocurre lo contrario: la actividad económica cae por debajo de su nivel potencial y el output gap es negativo, caracterizando a periodos de ajuste en la actividad que generan tensiones a la baja sobre la inflación.