Mario Draghi y los salarios
Artículos, 16 de diciembre de 2016
Publicado por Valeriano Gómez y Santos M. Ruesga en El Confidencial
El pasado 26 de Septiembre, el Presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi apeló en Bruselas al concurso de todos los agentes económicos para impulsar la recuperación en Europa. Si la reflexión hubiera quedado ahí no hubiera pasado de ser la típica afirmación vacía de contenido real a la que de vez en cuando nos acostumbran nuestros responsables económicos. Pero Draghi hace tiempo que ha adquirido un tono y una secuencia en sus afirmaciones y sus actos y, cuando acompañó la apelación a la colaboración de todos para volver a la senda del crecimiento y el empleo con la inclusión de la necesidad de incrementar los salarios de los trabajadores en la estrategia económica europea, algunos pensamos en que se trataba de una afirmación no precisamente intrascendente.
Es cierto que el inmenso embrollo en que se encuentra la política española en estas semanas no ha facilitado la atención que estas palabras merecen. Cuando un país ha destinado ya casi un año a intentar formar un nuevo gobierno, sin conseguirlo hasta el momento, dedicar algo de tiempo a debatir sobre el significado profundo de esta –solo a primera vista- sorprendente declaración, podría parecer algo superfluo. Pero eso fue lo que sostuvo y, algo aun más significativo, su reflexión sucedía a otras vinculadas a la necesidad de poner atención a la distribución de la renta, a las consecuencias sociales de la crisis y la integración monetaria y sus secuelas en términos de desigualdad y de pobreza, a mirar hacia “los que se quedan atrás” en palabras del Presidente del BCE.
Para los que durante todos estos años de política ciega y mal diseñada hemos mantenido la necesidad de acabar con una orientación que ha estado a punto de hacer desaparecer la moneda única y que ha abierto una enorme fosa de miedo y aversión entre los europeos, estas palabras son tan importantes como aquellas pronunciadas en el verano de 2012 y que, hoy lo sabemos bien, terminaron salvando nuestra moneda y lo que queda del proyecto europeo. Han tenido que pasar décadas para escuchar a una máxima autoridad monetaria europea, incluyendo por supuesto a buena parte de los responsables de los bancos centrales de los países europeos antes de la creación del euro, decir que hay que subir los salarios, que todo esto ha sido un exceso y que, al fin y al cabo, no es posible continuar con esa espiral de deterioro imparable de la participación de las rentas salariales en la renta nacional.
Que no hay salida política sin cohesionar nuestras sociedades y cerrar las brechas abiertas por la crisis en Europa, ya lo sabíamos. Pero ahora lo que se nos dice, es verdad que con más de media década de retraso, es que tampoco hay salida económica si la política a practicar sigue descansando en la devaluación salarial y la profundización de las desigualdades sociales en nuestro continente.
Lo que todo esto significa no es solo el reconocimiento de que la política monetaria no puede ser el único sostén de la recuperación, sino que tampoco será suficiente con el acompañamiento de la política fiscal en medio de una situación en la que –España es uno de los ejemplos más ilustrativos- las economías europeas han visto multiplicar su endeudamiento público incluso en aquellos países que habían iniciado la crisis con los niveles de deuda pública más bajos en décadas. Por supuesto, las dificultades de la política monetaria para contribuir por si sola a la recuperación de la eurozona tienen que ver, obviamente, con el limite a su manejo derivado de una curva de tipos de interés cada vez más plana y situada a efectos prácticos en un nivel cero. Pero la valentía de las palabras del presidente del BCE reside precisamente en reconocer que tampoco será suficiente el acompañamiento de la política fiscal, una escolta más bien ausente hasta la fecha –como calificar de otra forma el Plan Junker o las políticas todavía restrictivas dada nuestra posición cíclica recomendadas por la Comisión Europea-.
Por eso, la apelación al concurso de una estrategia de reflación general de los salarios para posibilitar la recuperación de la demanda, debe recibirse como un nuevo y significativo giro en la orientación de la política económica por parte de la autoridad monetaria europea. Por desgracia es un giro que vuelve a ser tardío. Llega tarde, sí, como en 2012. Cuánto sufrimiento, en forma de pérdidas en el crecimiento y el empleo, se hubiera evitado si la actuación decidida del BCE aplicando una política monetaria expansiva, que pusiera fin a la desintegración monetaria y financiera de la eurozona, se hubiera producido en 2008 o en 2009. Algo parecido cabe decir hoy cuando contemplamos las consecuencias sociales y económicas de una estrategia errónea que ha tenido en la austeridad a todo costa y en todo lugar su principal eje de actuación. No deja de ser paradójico que se apele ahora a la aplicación de una política salarial expansiva después de haber aplicado en el caso de España – y de otros países europeos- una de las devaluaciones salariales más intensas en su historia moderna. Hubiera bastado que esa estrategia se aplicara en Alemania y otros países excedentarios en sus balanzas corrientes a partir de 2009 para compensar las políticas salariales de empobrecimiento del vecino aplicadas durante los primeros años del siglo XXI. Qué sentido tenía y tiene que economías como la alemana mantengan hoy superávits en su cuenta corriente del 8,7% del PIB (al finalizar 2015), muy superior en porcentaje al superávit corriente de China, acompañada, dentro de la eurozona por Luxemburgo, Holanda o Bélgica con niveles de excedente que superan el 5 o el 10% de su PIB.