El próximo 8 de noviembre los norteamericanos elegirán al nuevo amo del mundo. Los tres debates presidenciales entre el candidato republicano Donald Trump y la candidata demócrata Hillary Clinton, celebrados en tres estados diferentes y acogidos en tres universidades distintas, han dado mucho juego mediático.
Casi cien millones de estadounidenses han sido testigos televisivos de los ataques, más o menos groseros, entre los dos contendientes. Ambos han contribuido a dar espectáculo en ese show que es la política norteamericana. Basta con releer un clásico como el “Estado espectáculo” del sociólogo francés Schwartzenberg, para ver qué poco han cambiado los comportamientos y los disfraces de los actores que aspiran a dirigir a los hombres y mujeres de una nación.
En medio de ese show dirigido a cautivar voluntades y conseguir votos, el presidente Obama lanzó hace días una proclama donde se proponía como objetivo que antes del 2030 Estados Unidos tiene que llevar a un hombre al planeta Marte y traerlo de regreso. Un mega proyecto en el que deben colaborar, y de hecho ya lo están haciendo, numerosas empresas privadas dedicadas a la investigación que, a partir de ahora, van a contar con un fuerte impulso de la administración pública.
El llamamiento de Obama, más allá de la crítica sobre quien liderará ese proyecto, ha sido asumido por la sociedad y estamentos norteamericanos como algo consustancial a quien quiere seguir a la cabeza del mundo.
Hay cimientos que hacen grande a una nación y nadie discute. La investigación y su gasto correspondiente es uno de ellos. No forma parte sustancial del debate electoral estadounidense porque más allá del circo mediático, los distintos gobiernos, sean del color que sean, han aprendido y tienen asumido que dinero y talento es una combinación que a la larga nunca puede fallar y que sus electores asumen como uno de los atributos que conforman el liderazgo de una nación.
De la investigación, sea del tipo que sea, se derivan numerosas aplicaciones comerciales que generan desarrollo, hacen la vida más fácil a los ciudadanos, dan beneficios a las empresas que los impulsan y convierten a los países en más poderosos y en referentes científicos mundiales . Según los últimos datos de la OCDE, EEUU asume el 28 % de lo que todos los países del planeta (194) se gastan en investigación, seguido de China con el 20 % y la Unión Europea con el 19 %. Estados Unidos alberga a veintidós de las treinta universidades con más impacto mundial en el área científica, de ahí que el 50 % de estudiantes investigadores en Ciencia e Ingeniería de todo el mundo, que deciden salir fuera de sus fronteras, recalen en ese país para completar o desarrollar su formación académica.
Atraer talento o comprar talento, que viene a ser lo mismo, es una fórmula que a largo plazo siempre da beneficios. Eso lo saben los norteamericanos y muchos países que le dedican recursos a la investigación y, sobre todo, que tienen a la misma como una de las prioridades para ganar el futuro. China, que es un ejemplo de cómo copiar sin reparo, se ha puesto las pilas y ha asumido que la inversión en I D i es uno de los caminos para acrecentar su poderío, y se ha establecido pasar del 1,7 % del PIB actual al 2,7 % en gasto de investigación, lo mismo que ahora tiene Estado Unidos. O Singapur, que ha dado un salto tecnológico brutal, para convertirse en país inteligente.
El Instituto Nacional de la Salud norteamericano (NIH en sus siglas en inglés) es una muestra de los réditos que ofrece la investigación. Es uno de los mayores centros de investigación médica mundial. En sus más de cien años de existencia han pasado por sus laboratorios más de 140 premios Nobel que, además, comparten o han compartido su sabiduría con los que allí desarrollan su labor. El NIH es un ejemplo de política de Estado en cuanto a investigación médica. Más del 80 por ciento del presupuesto de este instituto se dedica a financiar la investigación en otras universidades y centros investigadores de EEUU.
El 50 % de los investigadores que hay en el NIH son extranjeros. Chinos, indios, coreanos, japoneses y también muchos españoles han sido contratados y encuentran allí un medio y una atmósfera idónea para desarrollar su trabajo. Incluso más, trabajar en el NIH es un signo de status y admiración entre la población que acoge sus centros al que llegan cada año 2.000 nuevos investigadores de distintas nacionalidades.
¿Y en España qué? Mientras el “Celtiberia show” se entretiene entre la cruz de Borgoña y los nuevos cargos ministeriales –nada nuevo en el show político-, cada vez hay más fuga de cerebros de jóvenes investigadores españoles. Son captados por universidades extranjeras para que desarrollen en sus centros una actividad que aquí tienen capada, fundamentalmente por motivos presupuestarios. Ese robo de talento dice mucho de la valoración que hay fuera sobre nuestros investigadores jóvenes pero también de la falta de expectativas que se les generan en el suelo patrio.
España ha perdido 11.000 investigadores en los últimos seis años, según el INE. El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), el mayor organismo científico de España, ha perdido 4.000 empleos desde 2011, buena parte de ellos investigadores jóvenes.
Esa fuga de cerebros pone los pelos de punta. También que España, desde la crisis económica de 2008, haya disminuido su gasto en I+D+i en un 33 % y que las subvenciones a la investigación hayan caído un 43 % hasta niveles de 2005.
Son datos difundidos por la Fundación COTEC en un encuentro que organizó con los diferentes partidos políticos días antes de las elecciones del 20-D. Dicha fundación añade que la brecha entre España y la UE se ha agrandado respecto al gasto en investigación como porcentaje del PIB. Según las últimas cifras recogidas, España dedica un 1,2 % de su PIB a la investigación, sensiblemente inferior al porcentaje previo a la crisis.
Fuga de cerebros, falta de financiación, endogamia en la contratación de talento, desinterés de las empresas por el I+D+i y la ausencia de convertirse en prioridad nacional, son algunos de los retos pendientes de la ciencia española.
A falta de Ministerio, habrá que ver si la recién creada Agencia Estatal de Investigación es capaz de sobrevivir con presupuesto propio y convertirse en un verdadero agente movilizador de la investigación en España, al margen del color político de quien gobierne cada cuatro años. Porque llevamos muchos años de retraso y comprar tecnología a terceros resulta muy, muy caro.