Tanto el BCE como el Banco de Inglaterra, en sus últimos informes de Estabilidad financiera, coinciden en que el principal riesgo de la Eurozona y de Reino Unido es global, a través de una reapreciación general del riesgo que provoque contagio financiero, que puede venir provocado por la materialización de las fragilidades que se observan en las economías emergentes o por la incertidumbre política en las economías avanzadas.
La coincidencia se amplía al poner de manifiesto que la rentabilidad sostenible en parte de los bancos de la zona euro está comprometida por el bajo crecimiento económico, los bajos tipos de interés, la incertidumbre regulatoria y el peso de los activos dudosos. De hecho, en el último semestre el coste de capital ha aumentado (hasta niveles en torno al 10%) y la rentabilidad se ha mantenido sensiblemente por debajo (alrededor del 5%). Esta situación es insostenible a medio plazo y puede afectar a la capacidad de las entidades de dar crédito, lo que generaría un círculo vicioso en el que la economía se vería afectada por la escasa oferta de crédito, lo que ahondaría en los problemas de rentabilidad de la banca.
Ante ese peligro potencial, resulta imprescindible encontrar una solución al elevado peso de los activos morosos ya que, a pesar de que la tasa de mora agregada en Europa ha mejorado, situándose en un 5,4% en el segundo trimestre de 2016 frente al 6,5% de finales de 2014, más de un tercio de las jurisdicciones de la Unión Europea mantienen ratios de mora por encima del 10%, que se enfrenta a dos obstáculos cuales son unos procesos judiciales largos y costosos para resolver insolvencias y la falta de un mercado de activos dudosos desarrollado.