A la espera de la anunciada contraofensiva de las tropas ucranianas, la guerra, especialmente en la región del Donbass, no se detiene. Los bombardeos selectivos afectan cada vez más a infraestructuras clave de Ucrania. En paralelo, proliferan los llamamientos a la paz y también las mediaciones de cierto calado. El Papa Francisco ha dado pasos en este sentido. También el presidente brasileño Lula da Silva se ha mostrado dispuesto a crear una especie de ”G20 para la paz”, aunque por el momento no han trascendido muchos detalles.
Más formal parece la iniciativa del presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, junto a otros cinco países africanos (Zambia, Senegal, Congo, Egipto y Uganda), al abrigo de la Brazzaville Foundation, institución creada por el empresario francés Jean-Yves Ollivier, con un importante bagaje acreditado en la solución de graves diferendos.
Lo que tienen en común todos estos esfuerzos es que, por el momento, nada hay en firme y sobre el papel. Su escaso eco inicial quizá se deba a que todos son conscientes de que aun las partes consideran que pueden ganar la guerra sobre el terreno y muestran poco interés en involucrarse en unas negociaciones que le exigirán concesiones siempre difíciles de aceptar.
¿Se puede dar crédito a la mediación china?
La única mediación que ha despegado a cierta velocidad es la propuesta por China. Su plan de 12 puntos, presentado en febrero de este año, a pesar de su ambigüedad, aporta un nivel de concreción que no podemos observar en la propuesta vaticana, brasileña o africana. Además, se ha visto reforzada por la conversación telefónica entre los presidentes Xi Jinping y Volodimir Zelenski y el nombramiento de un enviado especial, el embajador Li Hui. Este se desplaza ya entre varias capitales (Kiev, Varsovia, Moscú, París, Berlín…) tratando de identificar los puntos en común de los que tirar para construir esa mesa de negociaciones con las doce patas de su propuesta.
Otra muestra de la seriedad de la iniciativa china es la gira europea del ministro de asuntos exteriores Qin Gang cuyo propósito fue atraer apoyos a su plan amparándose en una neutralidad que es objeto de crítica en algunas cancillerías por considerarla “ficticia” y demasiado “pro-rusa”.
La misión de Li Hui enfrenta en Europa un importante nivel de escepticismo, con independencia de los matices, más mitigados en unos (Francia) que en otros (Alemania). El comisario Borrell tanto reclama la mediación de China como la acusa de estar muy escorada hacia Moscú a la vez que le urge intensifique la presión para lograr la retirada de las tropas de suelo ucraniano.
Además de Europa, EEUU es parte clave del contencioso y la iniciativa de mediación china ha tenido en Washington un efecto directo tanto en los debates internos, en los que afloran cada vez más partidarios de ir aflojando la tensión apostando por la moderación, como en las relaciones chino-estadounidenses.
De hecho, unas semanas después de la llamada entre Xi Jinping y Zelensky, tuvo lugar en Viena una reunión entre Wang Yi, Director Central de Asuntos Exteriores del PCCh, y Jack Sullivan, Asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. El encuentro fue el intercambio diplomático de más alto nivel desde la destrucción por parte del Pentágono del globo espía chino el pasado 4 de febrero. Pero no han trascendido avances sustanciales.
En contraste con la imagen de un pacificador en Europa, EEUU denuncia las estrategias chinas para afirmar el poder en Asia-Pacífico, en Taiwán y en el Mar de China Meridional y trata de poner al descubierto unas intenciones menos tranquilizadoras.
Los activos con que cuenta Beijing para que su propuesta prospere son fundamentalmente dos: la reconocida capacidad de influencia en el Kremlin y el amplio abanico de relaciones que mantiene con Kiev. Hoy por hoy, China es el único de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU que aún puede esperar influir en el líder del Kremlin, cada vez más dependiente de China a raíz de las sanciones occidentales. Al mismo tiempo, su preocupación por mantenerse a cierta distancia de la presión rusa sobre Ucrania había llevado incluso a la dirigencia china a nunca reconocer la anexión de Crimea en 2014, algo que en Kiev no pasa desapercibido.
Por otra parte, la relación de China con Ucrania ha experimentado altibajos pero el propio Zelenski se ha cuidado de preservarla y mantenerla a buen recaudo, incluyendo evitando condenar abiertamente su propuesta de mediación. Recuérdese que veinte años después del establecimiento de relaciones diplomáticas oficiales en 1992, en 2011 establecieron una asociación estratégica, que sigue vigente. Con anterioridad, el momento más delicado de la relación fue cuando el presidente Victor Youtchenko (2005-2010) autorizó la visita a Kiev de funcionarios taiwaneses. Pero se reanudó bajo mejores auspicios con la presidencia de Yanukovych (2010-2014). Políticamente normalizada, reforzada por un comercio poderoso y ascendente, la relación estratégica Kiev-Beijing sigue siendo ambigua.
En China, por lo general, se valora positivamente esta implicación mediadora en la medida en que contribuye a reforzar internacionalmente una imagen comprometida con la búsqueda de la paz. Pero figuras varias, como Wang Yiwei, profesor de la Universidad Renmin y experto en estudios europeos, consideran que la propuesta es tan poco realista como esperar la victoria de uno u otro en el campo de batalla.
Sea como fuere, lo mínimo que se puede decir es que al promover con insistencia sus capacidades de mediación cuando Washington se ubica en el rango de los "belicistas", Beijing tiene otras ideas. Que den los frutos deseados dependerá del comportamiento de muchas variables. Mucho dependerá del tono general de las relaciones entre China y Occidente y no parece que en este orden, con ese trasfondo de "rivalidad sistémica", haya espacio para una mejora significativa. Al contrario.
La tarea urgente ahora es que todas las partes mantengan la calma y ejerzan moderación, reduzcan la escalada de la crisis y promuevan un acuerdo político.
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