La expresión de descontento del presidente estadounidense Donald Trump por la presencia china en el Canal de Panamá fue una de sus manifestaciones públicas más llamativas en las primeras horas de la toma de posesión como 47 presidente de los Estados Unidos.

Poco después, su secretario de Estado, Marco Rubio, se desplazó a Panamá para dialogar con las autoridades de este país y plantear abiertamente sus temores respecto a la seguridad del Canal. El presidente Munilo reaccionó anunciando la no renovación de la adhesión del país al proyecto chino de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, marcando así un claro alejamiento de la influencia del gigante asiático. En paralelo, se gestaban negociaciones empresariales que en pocas semanas ofrecerían otro resultado sorprendente: la titular de la concesión de los puertos de Cristóbal y Balboa, la hongkonesa CK Hutchison Holding Ltd, anunciaba un acuerdo de venta  de su negocio portuario global al consorcio liderado por el fondo estadounidense BlackRock Inc.

Donald Trump ha obtenido un primer éxito político tan rotundo como fulminante. Ello a pesar de que, en efecto, el canal no está controlado por China, y mucho menos por el ejército chino. En el camino, hay otras tres concesiones de gestión: la de PSA International, con sede en Singapur, la del grupo taiwanés Evergreen y una joint venture entre la estadounidense Carrix y las familias panameñas Motta y Heilbron.

No obstante, lo acontecido plantea un dilema sustancial, muy especialmente a los actores empresariales. En efecto, estos pueden verse condicionados cada vez más por el auge de las dinámicas de coerción a medida que el conflicto geopolítico amenaza con intensificarse en los próximos años. Los dueños del holding Hutchison, sin duda, temieron que la situación podría deteriorarse afectando a las expectativas empresariales, enfangándose previsiblemente en un circulo de sanciones, presiones y de rivalidades judiciales en las que, probablemente, llevaban las de perder. Por el momento, las autoridades chinas intentan torpedear el acuerdo. Veremos que consiguen... Las grandes empresas pueden verse atrapadas en la creciente rivalidad geopolítica sino-estadounidense. Fue el caso de Huawei, ahora de TikTok, y serán más en el futuro. Y no solo chinas, también estadounidenses o europeas.

Las conexiones político-empresariales

Donald Trump ha esgrimido el crecimiento de la influencia china en una arteria considerada vital para la seguridad de los EEUU como causa de su disgusto. Sin embargo, esto requiere matices. En este caso concreto, se da la circunstancia de que Li Ka-shing, de 96 años, obtuvo la concesión en 1996, antes incluso de la retrocesión de Hong Kong a China, que se produciría al año siguiente. Fue una licitación puramente comercial. Es más, Li no tiene buen feeling con los dirigentes chinos. Nunca se reunió con Xi Jinping, cosa que si hizo con otros líderes chinos anteriores. Los desencuentros se han manifestado en el tiempo de diversa forma: en alguna ocasión desinvirtiendo ante las débiles expectativas de la economía china o apoyando a los manifestantes en Hong Kong descontentos con la pérdida de autonomía del enclave en la ola de centralización auspiciada desde Pekín. No puede decirse, por tanto, que Li, ahora con nacionalidad canadiense, sea particularmente “pro-chino”. Es más, esta su última operación le ha valido ser tildado de “traidor” por quienes critican un proceder que no ha tenido en cuenta los intereses de China. Estos pueden verse afectados más allá del Canal pues el acuerdo con BlackRock incluye 43 puertos en 23 países.

En el otro polo, Larry Flink, 73 años, director general de BlackRock, tampoco se puede decir que, políticamente, sea muy pro-Trump; al contrario, su sensibilidad política ha sido siempre cercana a los demócratas. Larry Fink, conoce a Donald Trump desde hace más de cuarenta años. Con esta operación, sin duda, tendrá más fácil congraciarse con la nueva Casa Blanca al igual que han hecho ejecutivos de otras muchas empresas estadounidenses.

Implicaciones de alcance

La transacción entre Hutchison y BlackRock inevitablemente representa amenazas para los intereses y la seguridad nacionales de China, ya que Estados Unidos podría intensificar las acciones contra las industrias de construcción naval y transporte marítimo de China, así como contra la Iniciativa de la Franja y la Ruta propuesta por Pekín.

Pensando en ulteriores situaciones similares, han resonado los llamamientos exigentes a las empresas para que consideren de forma exhaustiva y seria la complejidad del panorama internacional y los intereses nacionales de China antes de tomar decisiones comerciales, enfatizando que la infraestructura esencial desempeña un papel crucial en la competencia internacional. Erik Yim-kong, por ejemplo, legislador de Hong Kong y vicepresidente de China Merchants Port Group, afirmó que la venta de CK Hutchison Holdings podría limitar el espacio legítimo de China para expandir su industria de comercio internacional y logística, y podría afectar el comercio multilateral, así como el desarrollo a largo plazo de la empresa.

La adquisición de 43 muelles en 23 países por una cifra astronómica (22.800 millones de dólares) podría ser una mera operación comercial. Solo que no lo es, ni para Washington, ni para Pekín. Téngase en cuenta que no solo ha transferido los dos puertos panameños, sino todos los que administra fuera de China donde conserva ahora una pequeña parte de su anterior negocio, apenas el 10 por ciento. Una de las tres terminales de contenedores del Port de Barcelona estaría también entre las que cambiarán de manos, como otras en cuatro continentes, de Amberes a Karachi, pasando por Veracruz, Yakarta o Busan. 

La presencia de Hutchison en el canal significaba un contrapeso, desde el punto de vista de Panamá y de América Latina. No falta quien ponga en duda que esta operación juegue a la postre a favor de sus intereses cuando tres de los puertos del canal estén directamente en manos de consorcios estadounidenses y que los otros dos permanezcan bajo control de empresas de Taiwán y Singapur, dos territorios extremadamente sensibles a la presión de Washington. 

Una vez más, el Canal de Panamá se revela no solo como un mero curso de agua y sus orillas. Es, sobre todo, un lugar privilegiado para la proyección del poder estadounidense en toda la América Central y del Sur, así como en el Caribe.

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