El presidente Donald Trump tomará posesión de su cargo el 20 de enero. Dicha circunstancia marcará, en gran medida, el inicio del año político global bajo el signo de las incertidumbres. Sin embargo, trascendiendo el halo desconcertante del personaje, hay datos relevantes que son conocidos por todos. Sabemos, por ejemplo, lo que fue la acción política del Trump I; conocemos igualmente el legado de Joe Biden que, a su pesar, en aspectos sustanciales siguió la hoja de ruta trazada por su antecesor; conocemos también sus mensajes de campaña o los nombres del equipo que ha ido formando y anunciando y, sobre todo, las tendencias que arrastramos en los últimos años que, claramente, apuntan a escenarios futuros turbulentos. La exacerbación de todos esos factores y la lectura de la apremiante condición de los próximos años para reordenar el curso de la política global, alienta un aumento sustancial de los impulsos estratégicos.
¿Hacia dónde irá Trump? En su gabinete, para algunos, como Marco Rubio o Peter Navarro, la prioridad es asegurar el dominio militar absoluto mediante la supresión de cualquier competidor. China está en el punto de mira y todos los conflictos serán aceptables para aumentar la brecha de poder entre las dos potencias. La administración Trump tiene claro (Vance, Waltz) que en el Indo-Pacífico se dilucidan los intereses centrales de EE.UU. y es ahí donde se deben concentrar los recursos de todo tipo. La cuestión es si lograr o no objetivos estratégicos reduciendo el gasto militar transfiriendo responsabilidades a los aliados o si las guerras comerciales son un camino seguro. Figuras destacadas como Pete Hegseth, Ratcliffe, Gabbard o el equipo económico (Bessent, Lutnick o Perdue) se muestran escépticos. Musk también.
Sin medias tintas
Las políticas de Trump serán las del rearme industrial, militar, tecnológico y estratégico. Esto puede exigirle un aumento de la coerción en los años venideros. "La paz mediante la fuerza" es el eslogan preferido de su política exterior. Washington debe dar la medida adecuada de las capacidades disponibles para frenar las tendencias comprometedoras para su condición de hiperpotencia.
Nadie espera mucha prudencia, de ahí los riesgos potenciales para la estabilidad global. Se puede mantener un cierto optimismo sobre la guerra en Europa. El sentido último apunta a una conveniente contemporización estratégica con Rusia para debilitar el entendimiento de Moscú con China y la urgencia de concentrar todos los medios disponibles en Asia, la prioridad número uno. Los importantes movimientos militares en curso, el fortalecimiento de las políticas impulsadas por Biden en el Indo-Pacífico, incluida la participación de países de esta región en iniciativas de la OTAN, marcan una creciente relevancia del factor militar en la competencia global. Reino Unido, Francia, Alemania… las grandes potencias occidentales de fuera de la región, participan en esta intensa acumulación de capacidades militares con el argumento de afrontar el expansionismo militar chino.
Con Oriente Medio en proceso de reordenación bajo la batuta de la maquinaria de guerra israelí, es la UE quien debe deshojar la margarita de la elección: o autonomía estratégica o apuntalamiento sin fisuras de la alianza euroatlántica. En ambos casos, Bruselas no se librará de tener que hacer sacrificios. Hoy, en una UE políticamente más conservadora, Trump cuenta con aliados importantes, a diferencia de su primer mandato, ya sea en los gobiernos o en las oposiciones. Los europeos seremos llamados a hacer grande a Estados Unidos y satisfacer primero el interés nacional estadounidense, principal guía de Trump.
Más riesgo en Asia
El riesgo crecerá exponencialmente en Asia con dos focos principales: Filipinas y el Mar de China Meridional, y especialmente Taiwán. El Pentágono multiplica las alarmas sobre la preparación de una invasión china de la isla rebelde, quizá para 2027. Crece también la preocupación en China ante el fortalecimiento de la relación militar Taipei-Washington. El independentismo, estrechamente alineado con Washington, gobierna la isla desde 2016. Una hipotética guerra aquí podría decidir el destino del siglo XXI.
Desde noviembre, China ha estado insistiendo en que, con o sin guerras comerciales, saldrá adelante. No se trata sólo de instituir medidas de estímulo para contrarrestar los aranceles y otras amenazas. Hay un cambio de política, centrada en sus retos internos (crisis inmobiliaria, deuda de gobiernos locales....) que toma buena nota de la pérdida de relevancia de Estados Unidos en su economía: representa menos del 15 por ciento de sus exportaciones, detrás de los países de la ASEAN o la UE. Su desafío estructural es la innovación. Ya es un país líder a nivel mundial.
Trump, sin distinciones, ha amenazado con aranceles y presiones de todo tipo a quienes no se avengan a alinearse con sus intereses. El argumento de la seguridad nacional será válido tanto para imponer restricciones a las inversiones como para ejercer una represión abierta e impenitente. Incluso ha anunciado un arancel del 100 por ciento sobre los BRICS si buscan crear una moneda alternativa al dólar estadounidense. Nadie espere medios tonos.
China, por su parte, optará por demostrar que Washington ha perdido el juego de la hegemonía, que el desacoplamiento y la fragmentación geopolítica ya no son suficientes para impedir la consolidación de la multipolaridad. El riesgo es que alguien elija la guerra como último recurso para evitarlo o, sensu contrario, como trampolín para lograrlo.
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