El papel de las redes sociales en la mejora de la calidad democrática de nuestras sociedades es un debate de largo recorrido que aun debe dar muchas vueltas. La pandemia que estamos viviendo y las medidas para contenerla, incluidos los confinamientos, han multiplicado su uso; no obstante, no está claro que su expansión ayude a evitar una desintegración de los valores comunes. Así, todos hemos sido testigos de la difusión de múltiples teorías conspirativas, de propuestas marcadas por el odio o de una desconfianza general respecto a las instituciones.

¿La expansión de las redes sociales ayuda a la expansión de los ideales democráticos, de convivencia y de desarrollo social? Un grupo de expertos convocados por el Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada ha debatido sobre esta cuestión para encontrar los elementos básicos que permitan que el éxito de las redes sociales redunde en un éxito paralelo de toda la sociedad.

El universo de las redes sociales crece exponencialmente. En marzo pasado, cuando se aplicaban las medidas más duras de confinamiento, WhatsApp, por ejemplo, registró un alza media del 40 por ciento de su tráfico global. En España, ese incremento fue del 76 por ciento. Mensajes, fotos, videos, etc..., daban vida a una espiral informativa que lejos de calmar a la población, en ocasiones disparaba la ansiedad colectiva y el desasosiego. Si al principio, estas dinámicas contribuían a preservar la cohesión familiar o facilitaban una mayor cercanía a las redes de amigos o incluso de clientes, también una pesada sombra se fue abriendo camino con la difusión de teorías disparatadas que relacionaban la eclosión de la pandemia, por ejemplo, con el despliegue de la red 5G. En Reino Unido, varias antenas 5G fueron objeto de incendios y otros ataques. Solo en el fin de semana de Pascua, hasta 20 fueron totalmente destrozadas. Además, el servicio de mensajería posibilitó la difusión incontrolada de todo tipo de rumores, sin contrastar, falsos de principio a fin, llenando de inquietud y zozobra los hogares de muchos ciudadanos.

Todo ello, recuerdan los analistas el Instituto Coordenadas, sucede tras otros escándalos previos, estos de naturaleza más político-electoral, como los ocurridos en Reino Unido o en los Estados Unidos (el conocido caso de Cambridge Analityca), pero también en Brasil o India, recurriendo al uso de las redes, especialmente de Facebook y WhatsApp, para provocar apegos y despegos con impacto no solo en la estabilidad política sino también en los propios ciudadanos que en ocasiones han pagado esta realidad con su propia vida. Inevitablemente, tal estado de cosas, invita a la pretensión de regular de forma más estricta algunos contenidos y ello suscita la reacción de quienes ven en ello un inadmisible intento de restringir las libertades públicas.

¿Cómo luchar contra la desinformación? ¿Cómo impedir que una tecnología pueda llegar a determinar el baremo –y la responsabilidad- de una crisis política, ya sea con fundamento o no? El riesgo está ahí. En el contexto de una pandemia, por ejemplo, resulta vital asegurar que la ciudadanía recibe mensajes exactos y contrastados a propósito del virus y la forma de protegerse ante él. Frente a esa necesidad, la práctica nos ha demostrado lo fácil que resulta exacerbar la desconfianza a propósito de las instituciones y de los procedimientos oficiales, sustentados en una praxis científica. Y siempre es más fácil hacer circular informaciones falsas que corregirlas, por supuesto.

Pero no es solo la pandemia. A Facebook se le ha acusado, por ejemplo, de promover de forma activa la negación del Holocausto en su plataforma. Así lo denunciaba en un informe el centro de estudios Institute for Strategic Dialogue, señalando que un algoritmo de esa red dirigía a los usuarios a páginas negacionistas. El director de este informe, Jacob Davey, señalaba que la permisión de Facebook se sustentaba en el pretexto de proteger el debate histórico legítimo, pasando por alto su contribución a la promoción del antisemitismo, es decir, del odio. Lograr el equilibrio entre la libertad de expresión y el aislamiento de conductas que dañan la calidad democrática de nuestras sociedades pudiera no resultar tan difícil si ponderamos hechos, discursos y desinformación, lo cual redundaría en una mejor protección de los usuarios de las redes sociales.

Gordon Penycook, de la Universidad de Regina, en Canadá, plasmó en una investigación como en las redes no siempre triunfa la verdad sino lo que llamamos engagement o vinculación, es decir, el movimiento constante de la información, y no siempre, más bien al contrario, analizando si es correcto o equivocado lo que contribuimos a difundir. Ello debe obligarnos a recuperar cierto sentido crítico y a no dejarnos llevar por una inercia que tiende a confundir el éxito en forma de likes o de compartir con nuestros contactos, con la veracidad de una información que pasamos por alto.

El hecho de que esta dinámica de intercambio de información se desarrolle al abrigo de la intimidad, en círculos cerrados, incluso recurriendo al anonimato para expresarnos más libremente, introduce en la esfera pública un doble estado de secreto y sospecha, señalan los analistas del Instituto Coordenadas en su debate. De esta forma, su éxito bajo este marco desafiante para los mecanismos tradicionales de supervisión, nos interroga sobre la capacidad para preservar el capital de legitimidad y confianza cívica de nuestras instituciones democráticas, en buena medida impotentes frente a los grupos de individuos que se organizan en comunidades cerradas y hasta invisibles, fuera del alcance de los demás. Esas dinámicas pueden llevar a desacreditar el sistema, empezando por llevarnos a preferir tomar distancia de él en vez de procurar su mejora constante.

Los expertos del Instituto Coordenadas concluyen señalando que la tecnología en si no es culpable de cualquier crisis de confianza que se pudiera suscitar en una determinada sociedad. No obstante, es preciso mejorar los mecanismos y procedimientos para asegurar un mejor reinado del sentido común en la red, es decir, el fomento activo de cierto escepticismo instintivo que revierta en una mejor calidad del uso de la red y afiance nuestros sistemas sociopolíticos. Algo que siempre nos exigirá prestar atención preferente a tres cosas: educación, educación y educación.

SOBRE EL INSTITUTO COORDENADAS DE GOBERNANZA Y ECONOMIA APLICADA

Institución de pensamiento e investigación sobre “las cuestiones de nuestro tiempo” impulsando la interacción entre gobernanza y economía aplicada para progresar en los tres pilares del mundo postmoderno: bienestar social, progreso económico con justicia social y sostenibilidad ambiental; con funciones propias de los “amigos del País” y las Sociedades de Fomento en el XIX . Fiel a sus principios fundacionales de independencia y pluralidad, el Instituto lidera la fusión entre la esencia e innovación de la liberalización económica y social, como mejor modelo de afrontar los retos presentes y futuros de país, de Europa y del mundo en una sociedad globalizada e hiperconectada.

NOTA DE INTERÉS: La información de este comunicado de prensa es un resumen de interés público proveniente de trabajos de análisis e investigación de sus miembros y colaboradores del Instituto Coordenadas para la Gobernanza y la Economía Aplicada. Los papeles de trabajo son de uso interno y de titularidad exclusiva del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada.