Pizarro y la conquista de Perú
Análisis, 03 de agosto de 2021
El Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada ha creado el Grupo de Trabajo Historia de España a Debate focalizado en el estudio de los mitos y realidades de la conquista de América, que ha elaborado una serie de análisis sobre esta cuestión que hace públicos como elemento para ese debate más amplio en el que están participando instituciones de todo tipo y que pretende aclarar la realidad de nuestro pasado histórico.
El quinto y último análisis se centra en Francisco Pizarro y su actuación en Perú. En el mes de julio de 1523 la ciudad de Panamá experimentó una gran conmoción. Acababa de regresar Pascual de Andagoya de un viaje al “señorío de Virú, Pirú o Perú” que confirmaba la existencia de territorios abundantes en oro y plata. La sociedad constituida por Francisco Pizarro, Diego de Almagro y el clérigo Hernando de Luque decidió entonces invertir 18.000 pesos de oro para explorar la costa septentrional del Pacífico y alcanzar aquellas tierras tan ricas en metales preciosos que Andagoya había desistido de explorar. Enviados por Pedrarias Dávila, gobernador de Castilla del Oro (Panamá) y Nicaragua, los experimentados Pizarro (a la sazón alcalde de Panamá y capitán de la guardia del gobernador) y Almagro afrontaron todo tipo de inclemencias y ataques de los indios en sus expediciones entre 1524 y 1528 hasta llegar al pueblo incaico de Tumbes, donde pudieron comprobar que estaban en las lindes de un gran reino cuyas riquezas podrían ser extraordinarias.
Pizarro regresó entonces a Panamá donde el nuevo gobernador Pedro de los Ríos comenzó a ponerle trabas, por lo que los socios decidieron que, al ser el más caracterizado, viajara a España para obtener una capitulación directamente con la Corona. Pizarro volvió a América en 1530 con los títulos de adelantado, alguacil mayor y gobernador de la Nueva Castilla, mientras que Almagro solo era reconocido como hidalgo y nombrado alcalde de la fortaleza de Tumbes, la ciudad incaica que tanto había impresionado a los conquistadores, y el tercer socio y principal inversor, el clérigo Hernando de Luque, obtenía el obispado de esa ciudad aún no fundada, además del título de Protector de los Indios. La enconada rivalidad que se fraguó desde entonces entre Pizarro y Almagro, que se sintió postergado y le disputó el liderazgo, tendría consecuencias funestas.
Veteranos con más veinte años de experiencia, Pizarro y Almagro se adentraron en el imperio inca con cautela y temor, procurando conquistar sin masacrar, excepto cuando la exhibición de violencia extrema se hacía necesaria para aterrorizar a los indígenas y convencerlos de que colaborasen con las exigencias españolas. Siguiendo la estrategia habitual de los conquistadores españoles, Pizarro y sus hombres capturaron al emperador Atahualpa en un ataque sorpresa durante un encuentro diplomático en noviembre de 1532. Humillado, fue mantenido como rehén durante casi un año mientras sus súbditos se apresuraban a reunir oro y plata para liberarlo. Los incas poseían muchos más metales preciosos que los aztecas y el tesoro ofrecido para liberar a su rey, a quien consideraban un ser divino, fue asombroso.
Del total de 5.544 kilos de oro y 11.960 kilos de plata, la parte que le tocó a Pizarro, a sus hermanos Hernando y Gonzalo y a Diego de Almagro fue verdaderamente fabulosa. El resto de los conquistadores también percibió cantidades exorbitantes y para la Corona se apartó el quinto del rey. De repente, Pizarro y sus hombres eran más ricos de lo que nunca hubieran podido imaginar. De este modo, Perú se convirtió en sinónimo de gran riqueza, una asociación que se reforzaría con el descubrimiento de los fabulosos yacimientos de plata de El Potosí. No obstante, a pesar del rescate, el Inca Atahualpa fue juzgado acusado del asesinato de su hermano Huáscar, poligamia, idolatría, incesto y usurpación del trono, siendo ejecutado mediante garrote vil el 26 de julio de 1533.
Con todo, la verdadera conquista del imperio incaico estaba aún por hacer y prosiguió hasta finales de la década de 1530. Igual que en México, la lucha fue obra de una confederación de pueblos indígenas que deseaban liberarse de la supremacía incaica con la ayuda de los españoles, los cuales no estaban comprometidos con ningún bando al no estar inmersos en los conflictos indígenas. Primero cayó Cuzco y luego Quito, las dos capitales del imperio, en 1534. Pero quedaba el soberano inca, Manco Capac, el heredero de Atahualpa y gobernante legítimo a los ojos de los andinos. Acosado por los españoles, que no solo le exigían enormes pagos en oro y plata sino también a sus esposas más bellas, en 1536 Manco intentó expulsarlos de Cuzco. Casi lo consiguió, pero se vio obligado a retirarse corriente abajo del río Urubamba, más allá del complejo palaciego del Machu Pichu, estableciendo un estado inca en Vilcabamba que perduró hasta 1572.
Mientras tanto, Francisco Pizarro tuvo que enfrentarse a Pedro de Alvarado, adelantado de Guatemala, que había logrado reunir una importante hueste y pretendía posesionarse del Cuzco y, si esto no era posible, de Quito. Aunque carecía de autorización real para realizar ni una cosa ni otra. Ante la firme oposición de Pizarro, Alvarado optó por aceptar 100.000 pesos de oro a cambio de entregar a Pizarro la mayor parte de los navíos y a su hueste, que había de jugar un rol importante en la conquista y población del imperio inca. A continuación, Pizarro desplegó entonces una intensa actividad colonizadora mediante el reparto de tierras y la entrega de indios a sus hombres y a diversas órdenes religiosas. El 18 de enero de 1535 fundó la Ciudad de los Reyes, que muy pronto se conocería con el nombre de Lima, actual capital de la República del Perú, y el 5 de marzo la ciudad de Trujillo.
Con tanta riqueza y territorio en juego, los conquistadores españoles comenzaron a batallar unos contra los otros, y finalmente contra la Corona, por hacerse con el control del Perú. Hubo violentos enfrentamientos entre los seguidores de Pizarro y los de Almagro, que se agudizaron cuando este fue nombrado gobernador de la Nueva Toledo y ambos disputaron por los límites de sus respectivas gobernaciones: la Nueva Toledo de Almagro y la Nueva Castilla de Pizarro. La lucha por el poder fue tan enconada que Pizarro ejecutó a Almagro en 1537 y, cuatro años después, el hijo de Almagro dio muerte a Pizarro. Como este señaló en una carta, poco antes de ser asesinado, “sin el título de gobernador todos mis servicios y esfuerzos habrían sido en vano”.
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