Adaptándose a las circunstancias, Alemania ha evocado en este extraño e irregular 2020 dos citas memorables de singular proyección europea y global. De una parte, los 30 años de la reunificación; de otra, los 50 años de los primeros frutos de la Ostpolitik. Ambas conmemoraciones irrumpen en un contexto de crisis no solo sanitaria, económica o social sino también estratégica, que afecta al rumbo del continente y hasta del mundo. Aprovechando esta circunstancia, el Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada ha desarrollado un debate entre expertos analistas para ver qué ideas pueden surgir de lo acontecido en Alemania y en Europa desde esos dos hitos históricos y cómo pueden señalar tendencias de cara a la nueva realidad geopolítica en la que vivimos
Sin duda, puede considerarse la reunificación alemana como consecuencia, entre otros, de la Ostpolitik, aquella política alentada por el canciller Willy Brandt para normalizar las relaciones de la República Federal con la Europa comunista y muy especialmente con la RDA (República Democrática Alemana). Ello fue posible por el abandono de la Doctrina Hallstein, así llamada en alusión a quien fuera ministro de asuntos exteriores entre 1955 y 1966, que sostenía que la RFA era la única representante del pueblo alemán y, por tanto, nunca establecería relaciones diplomáticas con ningún país que reconociera diplomáticamente a la RDA. Solo cabía una excepción a dicho principio, la Unión Soviética.
En 1970, la Ostpolitik materializó sus primeros e importantísimos frutos, el Tratado de Moscú entre la RFA y la URSS que reconocía la inviolabilidad de las fronteras existentes y el Tratado de Varsovia entre la RFA y Polonia, memorable no solo por el documento en sí sino por el fuerte simbolismo de un Brandt arrodillado ante el monumento en memoria de las víctimas del gueto judío de Varsovia bajo la ocupación nazi, una imagen que entonces dio la vuelta al mundo.
En tiempos de guerra fría, señalan los analistas convocados por el Instituto Coordenadas, aquel espíritu de diálogo, de reconocimiento mutuo y de cooperación, de flexibilización en suma, desempeñó un papel de vital trascendencia para propiciar una interacción entre los dos lados de una Europa dividida ideológicamente y erosionar el impenetrable muro que separaba ambas realidades. Solo veinte años después, toda aquella estructura institucional, considerada entonces inmutable por muchos, se vino abajo como un castillo de naipes y el establecimiento de las libertades y los derechos humanos básicos se confirmó como el valor común y compartido por una sociedad europea que volvía a estar unida. El primer símbolo de esa unidad fue la propia recuperación de la unidad germana, transformada en el pivot de la expansión del proyecto liberal europeo.
Se puede ponderar el balance de la reunificación en función de la evolución de tal o cual parámetro, ya nos refiramos a la economía, la sociedad o la cultura. Con seguridad, en cualquiera de estos aspectos podemos encontrar luces y sombras. Y sin duda, en Berlín, como ha reconocido Joschka Fischer, ministro de exteriores en el gobierno del socialdemócrata Gerhard Schröder, se pecó de ingenuidad en cuanto a los costes, muy superiores a los inicialmente estimados. Pese a ello, como recordó la propia Angela Merkel, la clave esencial de este proceso -que nunca debiéramos perder de vista- es su dimensión política, los enormes avances propiciados en materia de libertades y el pleno reconocimiento de la dignidad humana. Todas las demás cuestiones que nutren descontentos y frustraciones, con seguridad a afrontar de forma tan incansable como paciente pues algunas exigirán varias generaciones, pueden ser mejor afrontadas desde la adhesión a este valor pilar que sustenta el cambio de mentalidad indispensable para materializar la irreversibilidad del nuevo paradigma.
Hubo unanimidad entre los analistas del Instituto al señala que la personalidad que mejor sintetiza y que sirve de hilo conductor de ambos procesos es Egon Bahr. Fallecido en 2015, fue el auténtico arquitecto de la Ostpolitik y defensor intransigente de la estrategia de pequeños pasos hacia la aproximación que, la postre, derivaría en la transformación de Alemania y de Europa y el propio fin de la guerra fría. Es mucho lo que debemos a Bahr, quien también defendió hasta sus últimos días el convencimiento de que la estabilidad de Europa debía lograrse con y no sin Rusia. Cuando en 2014, a sus 90 años, se reunió en Moscú con el ex presidente soviético Mijaíl Gorbachov, ambos coincidieron en la importancia de poner fin a la enemistad ruso-europea y promover la prosperidad mutua. Solo así habrá paz sólida y duradera, decían, y solo así se pueden conjurar conflictos como el de Ucrania u otros focos de inestabilidad (Bielorrusia) que amenazan la convivencia.
Entre las conclusiones del debate en el Instituto Coordenadas se señala que quienes en 2020 apelan al diseño de nuevas guerras frías como destino inevitable para justamente preservar nuestro liberalismo y sus bondades, no debieran pasar por alto las lecciones de este pasado no tan remoto. Sus secuelas aun nos persiguen. Alemania y sus contrastes entre la realidad de las respectivas áreas de un país dividido son la viva muestra de los efectos devastadores de aquella tensión. Las bipolaridades son expresiones coyunturales del devenir que no muestran sino la impotencia para afrontar los problemas de fondo que acucian a nuestras sociedades. Tan pronto se restablezcan, tan pronto querremos deshacernos de ellas.
Y es ahora a Europa, que vivió en primera persona aquel periodo sombrío, a quien le compete una especial responsabilidad en la superación de esa mentalidad que aboga por resucitar viejos fantasmas. La bipolaridad de entonces mantenía al mundo en permanente tensión y al borde de la guerra. No tiene sentido regresar a ese escenario aunque se desarrolle en el Pacífico en vez del Atlántico. Fue el compromiso político y pedagógico con el diálogo y el acercamiento lo que posibilitó la reunificación pero también el bálsamo que erosionó la credibilidad de los sistemas totalitarios. Como nos enseñó la experiencia alemana y nos recuerda la alemana del Este más representativa, la canciller Merkel, fue la reivindicación de los derechos civiles, expresión del europeísmo más liberal, el motor decisivo del cambio.
SOBRE EL INSTITUTO COORDENADAS DE GOBERNANZA Y ECONOMIA APLICADA
Institución de pensamiento e investigación sobre “las cuestiones de nuestro tiempo” impulsando la interacción entre gobernanza y economía aplicada para progresar en los tres pilares del mundo postmoderno: bienestar social, progreso económico con justicia social y sostenibilidad ambiental; con funciones propias de los “amigos del País” y las Sociedades de Fomento en el XIX . Fiel a sus principios fundacionales de independencia y pluralidad, el Instituto lidera la fusión entre la esencia e innovación de la liberalización económica y social, como mejor modelo de afrontar los retos presentes y futuros de país, de Europa y del mundo en una sociedad globalizada e hiperconectada.
NOTA DE INTERÉS: La información de este comunicado de prensa es un resumen de interés público proveniente de trabajos de análisis e investigación de sus miembros y colaboradores del Instituto Coordenadas para la Gobernanza y la Economía Aplicada. Los papeles de trabajo son de uso interno y de titularidad exclusiva del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada.