En la esfera propiamente económica, el mandato de Mohamed VI en Marruecos ha supuesto un importante revulsivo transformador. En los lustros transcurridos desde 1999, el país ha registrado un crecimiento continuo de al menos el 4 % de progresión anual del PIB. La inversión en infraestructura ha dejado, por ejemplo, la línea ferroviaria de alta velocidad que une Tánger y Casablanca, importantes autopistas y la construcción de nuevos aeropuertos.

En efecto, el PIB del país ha ido creciendo de forma ininterrumpida durante los últimos veinticinco años, a un ritmo sostenido y con un gran esfuerzo con el propósito de afianzarse como una economía emergente y, sobre todo, para encarar el reto del empleo que tiene en la incorporación al mercado de trabajo de la población joven uno de sus retos mayúsculos. El desempleo juvenil es una de las preocupaciones principales que inspiran las políticas del gabinete en Rabat.

Con Mohamed VI, Marruecos ha tirado provecho de sus ventajas estratégicas para atraer inversión y desarrollar su economía y su sociedad. El cambio ha venido acompañado con más apertura: más acuerdos comerciales, integración en la cadena de valor económica mundial, y todo ello enmarcado en el contexto de una visión de desarrollo industrial.

Uno de los ejes de esta estrategia ha sido el desarrollo preferente del eje atlántico que va desde Tánger hasta Casablanca: en este "Marruecos útil" se ha concentrado el esfuerzo en infraestructuras y desarrollo, conscientes de la imposibilidad de abordarlo todo en su conjunto al primer envite. El subdesarrollo del interior del país, relegado en inversiones y en todos los indicadores, es una tarea que aguarda para evitar la consolidación de un Marruecos a dos velocidades.

La apuesta por el crecimiento y la modernización de la economía, con el objetivo de forjar una estructura productiva fuerte y competitiva, a la altura de las exigencias del siglo XXI, se ha robustecido con un compromiso añadido con la mejora de la  eficiencia institucional.

Una apertura irreversible

Mohamed VI ha cerrado la puerta de Marruecos a cualquier forma de ostracismo. Y ello ha sido así por que su política es indisociable de una estrategia modernizadora impulsada por la propia monarquía, muy comprometida con el impulso de un  nuevo modelo de desarrollo, adaptado a sus especificidades, que refleje una voluntad inequívoca de apertura económica para atraer más inversores extranjeros.

La apertura, ha dicho el propio monarca, constituye un estímulo para la atracción de las inversiones y la transferencia del saber hacer y la experiencia extranjeros, así como incita a mejorar la calidad y el rendimiento de las prestaciones y servicios, perfeccionando el nivel de formación y ofreciendo mayores oportunidades de empleo.

Repensar las grandes orientaciones de las reformas adoptadas o por adoptar en una serie de sectores como pueden ser la enseñanza, la sanidad, la agricultura, la inversión y el sistema tributario, con el objetivo de aportarles calidad y mejorar su eficacia, constituye un imperativo en su agenda para los próximos años.

La inversión extranjera en los sectores en cuestión, supondría un apoyo inequívoco a los esfuerzos del Estado, no sólo proporcionando oportunidades de empleo sino también impulsando la formación de calidad y la atracción del conocimiento y de las experiencias exitosas.

La apertura a las experiencias mundiales expresa el acierto en el diagnóstico del momento que vivimos porque en la profundización de esa relación y reciprocidad descansa el pilar clave del avance económico y del desarrollo. Ese contacto brinda a Marruecos nuevas oportunidades para la mejora de la competitividad de las empresas y de los diferentes actores nacionales.

En los últimos años, ese modelo de desarrollo ha sido revisado y actualizado para seguir adaptándose a las necesidades internas y también a una coyuntura regional e internacional en extremo fluida. Se trata así de dar respuesta a las crecientes necesidades de un sector de los ciudadanos, así como para contrarrestar las disparidades sociales y espaciales.

La justicia social y espacial

Existe plena conciencia, por otra parte, de que los avances económicos, con ser muy importantes, no han conseguido aun superar en modo suficiente el atraso de una parte de la población. "Dios sabe cuánto sufro viendo cómo la pobreza y la precariedad se apoderan de las condiciones de vida de algunos marroquíes, aunque no representen más que el 1%", comentó el rey al respecto.

La apuesta por la justicia social y espacial tiene por finalidad la conclusión de la edificación del Marruecos de la esperanza y de la igualdad para todos. Un Marruecos en el que no tienen cabida las disparidades flagrantes o actitudes frustrantes, ni tampoco las manifestaciones rentistas o desperdicios de tiempo y energías, ha destacado también el monarca.

La profundización de las políticas sociales en materia de jubilación o de cobertura médica, por citar dos de las principales demandas sociales, puede marcar la nueva etapa del reinado de Mohamed VI.

A medida que el desarrollo económico incremente la riqueza nacional, la mejora de las capacidades públicas y de la oferta de servicios a través de la colaboración privada, la mayor disponibilidad de recursos y propuestas institucionales en este ámbito contribuirán al reforzamiento de la solidez monárquica en Marruecos.

SOBRE EL INSTITUTO COORDENADAS DE GOBERNANZA Y ECONOMIA APLICADA

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