El escándalo Volkswagen, gigantesco fraude que ha supuesto engañar a cerca de once millones de consumidores y a todo un ejército de gobiernos, bien dotados de normas y funcionarios, forma parte desde ya de una larga lista de desvergüenzas empresariales ocurridas y conocidas en el panorama mundial desde que el 9 de noviembre de 1989 se viniera abajo el Muro de Berlín y tomara carta de naturaleza la llamada globalización.
Dejando al margen experiencias personales, como las protagonizadas por Madoff o Kerviel y algún que otro desaprensivo bróker como Leeson, Grenfell o Qibing, la lista de multinacionales que se han visto involucradas en los últimos años en procesos fraudulentos es extensa y facilita argumentos a quienes son enemigos del sistema a la vez que alimenta la tesis de que lo importante en el capitalismo es hacer dinero pasando por encima de todo principio ético, sin más ley que el enriquecimiento rápido y la avaricia, siguiendo la tesis del protagonista de las películas de Oliver Stone, Wall Street, Gordon Gekko (Michael Douglas), según el cual el dinero nunca duerme y “la codicia, es buena”.
Volkswagen, la enseña de la industria automovilista alemana, se une a una selecta e interminada lista de empresas que, en uno u otro momento de su historia, han sucumbido al imperio de la golfería de la que forman parte compañías que se fueron al otro barrio como consecuencia de sus delictivas actuaciones, junto a otras que hoy mantienen su imagen, tras superar una temporada de castigo por parte de la opinión pública, siempre teniendo en cuenta que la opinión pública se caracteriza por tener una memoria más propia de un boquerón.
Así nombres como Enron, Worldcom, Merck, HSBC, Goldman Sachs, BASF SE, Standard Bank, Sumitomo, Toshiba, Siemens, Daimler, Bayer, Lehman Brothers, HSBC, RBS, Citibank , JP Morgan o UBS están ligados en algún momento de su historia al escándalo y comparten este pobre privilegio con otras menos conocidas como Gowex, que usaron los mercados de forma indebida y en beneficio propio.
Nunca como ahora la economía y las empresas y los mercados en donde compiten, han estado tan regulados o auto regulados como en la actualidad y ello no es óbice para que continúen apareciendo escándalos mayusculos con los que la sociedad parece haber aprendido a convivir.
No parece tarea fácil para los gobiernos nacionales hacer frente a compañías que han desplegado todo su potencial a lo largo y ancho del planeta y que han hecho de la globalización su razón de ser, aunque ello no impide que aparezcan en escena empresarias de grandes multinacionales como Ana Botín que ha convertido en santo y seña de su actividad centrarse en un modelo de banca comercial, “sencilla, personal y justa”.