Quien fuera conocedor de la realidad de la economía española y de su evolución y asistiera la primera semana de marzo a la fallida investidura del candidato Sanchez, no pudo por menos que sorprenderse del apocalíptico panorama que dibujaron algunos de los líderes políticos (ahora se llama postureo), que pasaron por la tribuna de oradores, algo que el último informe de la Comisión Europea ha venido a dejar claro y en su sitio, al señalar que España ya no figura entre los países con “desequilibrios excesivos”, como es el caso de Francia e Italia.
Pese a todos los factores desfavorables que todavía se pueden citar, entre los que la corrupción ocupa un destacadísimo lugar, España, hasta la fecha, ha registrado durante varios trimestres fuertes niveles de crecimiento de su PIB ( 3,5% en el último trimestre de 2015), siendo uno de los países de la Unión que más crece. Es un dato a tener en cuenta.
A pesar de que se espera un cierto freno en los próximos trimestres, por diferentes causas, tanto de orden interno y externo, los analistas convienen en compartir un cierto optimismo, ya que el principal desequilibrio existente en España -junto con la deuda pública que parece haber alcanzado el tope esperado-, el desempleo, ha mejorado considerablemente en los dos últimos años, lo que ha venido acompañado por un significado incremento en las altas a la Seguridad Social. De ahí, el interés del Rajoy de recoger la cosecha de su política en la incierta legislatura que se ha iniciado, tratando de mantenerse como presidente del gobierno.
Tras los poco alentadores dos primeros meses del año, con espectaculares bajadas bursátiles y fuerte descenso del precio del crudo y otras materias primas, amén de una preocupante situación de la economía china, la normalidad parece avanzar con cautela y el denominado apetito por el riesgo está regresando a los mercados financieros, especialmente a los mercados emergentes, aunque ello no parece suficiente como para que no se hayan detectado sus efectos con una caída de la recaudación fiscal.
Hoy, la tendencia a la estabilidad puede entenderse como una constante y en ello ha tenido que ver la conjunción de acciones de muy diverso ámbito y origen.
En primer lugar, el moderado optimismo que se detecta en los mercados, viene precedido de la estabilización de la divisa china tras el insistente anuncio del Banco Popular de China de que no tiene planes preconcebidos para devaluar el yuan, sino que busca su estabilidad con respecto a una cesta de divisas, lo que ha restado presión sobre la moneda.
En el caso del precio del crudo, el acuerdo alcanzado por Arabia Saudita, Rusia, Catar y Venezuela para congelar su producción en los niveles de enero, ha supuesto lanzar un mensaje de preocupación al mercado por los precios, algo que hasta ahora no se había hecho. La eficacia del acuerdo está condicionada a que se sumen otros actores del mercado, como Kuwait, Iraq e Irán, que si bien han dado la bienvenida al acuerdo, hasta la fecha se han mostrado reticentes a participar en él. No obstante, el hecho de que haya convocada una nueva reunión para el 20 de marzo ha avivado las expectativas de un acuerdo de mayor alcance.
En este contexto, las economías emergentes pueden convertirse en las grandes beneficiadas y como consecuencia de ello, los países desarrollados podrían entrar en una más firme senda de crecimiento. Según las estimaciones del Institute of International Finance (IIF), la salida de flujos de inversión de cartera hacia las economías emergentes, por parte de los no residentes, se ha detenido en el mes de febrero, después de siete meses consecutivos en los que los flujos han sido negativos. En concreto, el IIF estima que la inversión en cartera hacia los mercados emergentes ha registrado salidas de capital de tan sólo 0,2 miles de millones de dólares en dicho mes, gracias a la entrada de flujos, de 0,9 miles de millones en deuda, con lo que se encadenan cuatro meses seguidos en positivo, ya que, en acciones, se ha producido una retirada de flujos, de 1,1miles de millones de dólares por octavo mes consecutivo.