El Brexit como referente imposible de los independentistas catalanes
Análisis, 16 de febrero de 2016
Nunca como hasta ahora, el futuro del Reino Unido en la Unión Europea ha estado tan en el aire y tras varias reuniones de trabajo y una al máximo nivel entre el primer ministro británico, Cameron y el presidente del Consejo Europeo, Tusk, la negociación se encuentra en su fase más crítica y ambas partes se enfrentan a enormes dificultades para lograr el objetivo común de que Gran Bretaña permanezca en la UE, aunque por ahora las considerables cesiones comunitarias no satisfacen los deseos de Londres, mientras genera un fuerte rechazo entre los miembros de la Unión.
La posibilidad de salida de la Unión de uno de sus miembros, está generando un interés y una atención desmesurada y aunque el problema se está viendo con cierto desinterés en países como España, las cancillerías de todos los países de la UE así como la Comisión Europea y el Consejo de Europa, no dejan de contemplar la posible salida de la Unión con cierto dramatismo, aunque en algunos territorios como Cataluña sus gobiernos regionales presten una especial atención al proceso, aunque solo sea por aquello de valorar el abanico de repercusiones, en el improbable caso de que Cataluña consiga alcanzar su aspiración de independencia de España, lo cual comportaría su salida de la Unión.
Las causas que pueden llevar al Reino Unido fuera de la UE, giran en torno a cuatro demandas sobre las que el gobierno de Cameron quiere negociar y de cuyo éxito depende el resultado del referéndum que se celebraría, según plazos y condicionantes, en junio o a finales de septiembre/octubre y, por lo tanto, no se apuraría el plazo máximo que establece la ley (antes de que termine el 2017).
Las demandas británicas giran en torno a la necesidad de avanzar en las políticas de liberalización y reducción de la carga burocrática; reforzar la opción del Reino Unido a no aceptar el compromiso de caminar hacia una UE cada vez más estrecha y reforzar el papel de los parlamentos nacionales; asegurar legalmente que los países que no pertenecen al euro no serán discriminados por este hecho, ni obligados a financiar operaciones para apoyar a la Eurozona, y restringir el acceso al estado del bienestar británico a los inmigrantes de países de la UE.
Cameron es partidario de permanecer en la UE y hará campaña a favor, a poco que pueda mostrar una respuesta razonable de la UE a sus demandas. No obstante, una parte de su partido está a favor de la salida, incluso con un “buen” acuerdo. El Partido Laborista, por su parte, está quizá más dividido y su líder, en particular, no se muestra inclinado a apoyar a Cameron.
Por su parte, los países de la UE son partidarios de la permanencia del Reino Unido en la UE porque una salida tendría consecuencias económicas (menos graves que en el Reino Unido) y políticas (equilibrio interno de poder, peso en el exterior, solidez de la Unión…). No obstante, tampoco puede ceder sin más a las demandas británicas, hasta el punto de que en algunos ámbitos cuestionan la esencia del proyecto de integración y puede dar pie a peticiones de otros países y a una UE a la carta difícil de gobernar.
En el caso de que los votantes británicos se inclinen a favor del abandono de la Unión, el artículo 50 del Tratado de la UE establece un periodo de dos años para negociar los términos de la salida.
Las encuestas realizadas en los últimos meses se muestran muy igualadas. Alrededor del 40% de los votantes a favor de la salida y el 40% de la permanencia, con un importante número de indecisos (20%). Por su parte las casas de apuestas, a las que son tan aficionados los ingleses, también señalan una probabilidad implícita muy parecida de abandono de la UE que va desde 33,3% (2/1) hasta el 36,4% (7/4).
En síntesis, la probabilidad de una salida del Reino Unido no es, en absoluto, despreciable, mientras que el impacto económico y financiero de una eventual salida de la Unión dependerá del tipo de relación que se establezca entre la UE y el Reino Unido.
La UE mantiene acuerdos con muchos países de distintas características, en función del acceso al Mercado Único o la existencia de tarifas, la autonomía o no de la política comercial frente a terceros países, la existencia de más o menos soberanía regulatoria en aspectos relacionados con el acceso al mercado, la independencia o no de la política migratoria y la contribución al presupuesto.
Por lo tanto, las posibilidades van desde la integración en el Espacio Económico Europeo como Noruega, hasta la adhesión a la Cláusula de Nación más Favorecida como cualquier país de la Organización Mundial de Comercio, que incluiría barreras no arancelarias. Entre ambas hipótesis, una amplia lista de posibilidades de acuerdos de libre comercio, más o menos laboriosos y costosos en términos de largas negociaciones como los que hay con Suiza o Canadá, o la formación de una unión aduanera, como la que existe con Turquía.
No hay que despreciar el hecho de que el grado de acceso del Reino Unido al Mercado Único de bienes y servicios (la mitad del comercio y de la inversión directa extranjera tiene lugar con la UE) es clave para evaluar las consecuencias del Brexit. Esto incluye los servicios financieros (8% del PIB británico) que podrían llegar a verse afectados, en según qué casos, a pesar de las ventajas comparativas con que cuenta la City.
En todo caso, a medida que se acerca la fecha del referéndum, la sombra del Brexit está empezando a tener implicaciones económicas y financieras, en principio moderadas y reversibles, sobre la actividad económica, el tipo de cambio y los tipos de interés.
A modo de corolario, analistas independientes y los gabinetes de Londres y Bruselas ya han puesto letra a la música de una salida británica de la UE.
Así, en el corto plazo, las estimaciones más desfavorables proyectan una caída acumulada del PIB de hasta el 2%, aunque la estimación está sujeta a una elevada incertidumbre.
El tipo de cambio, por su parte, se depreciaría de forma significativa para facilitar el ajuste de las cuentas externas, afectando a la inflación, que se acercaría al 2% (quizá menos si Reino Unido cae en recesión fuerte).
El impacto sobre el tipo oficial a priori seria ambiguo (menos crecimiento frente a más inflación), pero se considera que el Banco de Inglaterra sería más permisivo con una desviación al alza de la inflación y tendería a prolongar el tono laxo de la política monetaria.
En definitiva, en el caso de que el resultado del referéndum se inclinara del lado de una salida de la UE, los efectos económicos y financieros serían más acusados y persistentes y tendría repercusiones con un descenso de la inversión extranjera; una depreciación de la libra esterlina (el déficit corriente del 4% del PIB se financiaría con menos fluidez); una inflación más alta con un impacto adverso sobre la renta real disponible y el consumo, un deterioro de la confianza de empresas y familias y unas condiciones financieras menos expansivas.
Aunque las predicciones sobre el impacto de una eventual salida a medio y largo plazo están sujetas a un alto margen de error, en general, las estimaciones muestran que, a medio plazo, el PIB de Reino Unido fuera de la UE sería más bajo que si optara por permanecer dentro. Los rangos van del -2% al -5%, con algunas excepciones que consideran que sería marginalmente positiva o bien mucho más negativa (-9,5%).
Y todo ello sin contar con la potencial dimisión de Cameron, de la división dentro de los partidos laborista y conservador sobre la política doméstica, de la habilidad del Reino Unido para crear un marco regulatorio más eficiente, de la posibilidad de un nuevo referéndum sobre la independencia en Escocia o de las consecuencias sobre la propia dinámica de la UE.