Conquistadores y empresarios
Análisis, 02 de julio de 2021
El Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada ha creado el Grupo de Trabajo Historia de España a Debate focalizado en el estudio de los mitos y realidades de la conquista de América, que ha elaborado una serie de análisis sobre esta cuestión que hace públicos como elementos para ese debate más amplio en el que están participando instituciones de todo tipo y que pretende aclarar la realidad de nuestro pasado histórico.
El segundo análisis se centra en la figura del conquistador español, tan controvertida como polisémica. ¿Fue un aventurero cruel y expoliador? ¿Un ladrón y asesino? ¿O un hombre moderno de negocios que buscaba progresar y aprovechar las oportunidades del momento histórico en la génesis de la era de los imperios globales? Legalmente, su misión oficial era “descubrir y pacificar” nuevas tierras, lo que en la práctica se traducía en conquistar y gobernar.
Al respecto, la trayectoria del conquistador de Colombia, el joven abogado Gonzalo Jiménez de Quesada, es ilustrativa. En 1536 fue nombrado jefe de una expedición de descubrimiento en el interior de Colombia para encontrar la fuente del río Magdalena y, a través de él, hallar una ruta a Perú y el Pacífico, el Mar del Sur que conducía a Oriente y las ansiadas especias. Tuvo que organizar y administrar una expedición de ochocientos españoles, centenares de esclavos africanos y miles de siervos indígenas para transportar el equipo, forrajear, cocinar, espiar y traducir, además de combatir en caso de ser necesario.
Tardaron un año en alcanzar el corazón de Colombia, abriendo caminos nuevos por montañas y sierras. Solo sobrevivió la cuarta parte de los españoles. El resto de los expedicionarios (unos quinientos) murieron, diezmados por el hambre y las enfermedades, y los que llegaron iban desnudos y descalzos y cargados con sus armas. A los supervivientes les resultó fácil provocar el enfrentamiento entre los caciques del pueblo muisca, que carecían de un poder centralizado como los aztecas e incas, y establecerse como señores de un territorio del que extrajeron unos doscientos mil pesos de oro puro y cerca de dos mil esmeraldas.
Jiménez de Quesada actuaba como un diplomático que forjaba y rompía alianzas, un jefe militar que organizaba incursiones y defendía el territorio ocupado. Era un administrador que incautaba el botín y lo repartía entre sus soldados, dirigía a los colonizadores multirraciales de los que era responsable, promulgaba leyes, fundaba ciudades (Santa Fe, la actual Bogotá, Tunja y Vélez). Se convirtió en rey de la Colombia del altiplano, en todo salvo en el nombre. Pero su intención no fue nunca ser un señor de la guerra independiente. Consciente de que su licencia le había sido concedida para explorar y descubrir, no para conquistar y establecerse, dio fe pública de sus actos con la esperanza de que Carlos V le recompensase con el cargo de gobernador de aquella parte de la monarquía. Aunque menos conocido que Cortés o Pizarro, Jiménez de Quesada era un hombre culto, de clase media, cuya ambición, como a tantos otros, le llevó a buscar su oportunidad de prosperar en el Nuevo Mundo en un momento en que los sueños de éxito al otro lado del océano eran muy corrientes para cualquiera que pudiera permitirse el viaje.
Los conquistadores no eran soldados del ejército real enviados a América por los monarcas. Eran empresarios armados que descubrían y conquistaban por propia iniciativa, buscando financiación, reuniendo inversores y compañías de hombres. En ocasiones, hasta la Corona invertía en la empresa, aunque por lo general se limitaba a conceder la licencia regia y el título de “adelantado”, un cargo de origen medieval (literalmente, hombre que va por delante).
Todos los conquistadores, capitanes y soldados, debían entregan informes y rendir cuentas al monarca, incluyendo la actuación de los indígenas americanos y los negros africanos. Estos informes o probanzas de mérito servían para obtener el favor real bajo la forma de cargos, títulos y pensiones. El papel desempeñado por los conquistadores no españoles ha sido tradicionalmente olvidado. Los negros africanos, tanto libres como esclavos, combatieron ferozmente en todas las compañías y representaron a menudo una función crucial, llegando a convertirse en régulos de pequeños territorios, a veces en colaboración con los indígenas.
De la misma manera que los españoles, solicitaron a la Corona cargos y pensiones. Sus hazañas demuestran que no era necesario ser blanco ni tener recursos españoles para obtener poder y riquezas en las ignotas tierras del Nuevo Mundo. En la mayoría de las conquistas, los indígenas multiplicaron en número a los españoles y les precedieron en las batallas. El título de conquistador es adecuado para mayas, aztecas, zapotecas y otros pueblos indígenas que se habían aliado con los españoles y obtuvieron ciertos privilegios en el nuevo sistema colonial. Sin los muchos miles de “indios amigos” que combatieron con ellos, los españoles no habrían sobrevivido para fundar colonias en las Américas.
La mayor parte de las élites indígenas no sólo colaboró con los españoles, sino que incluso aceptó y reelaboró sus mitos. Al recordar la época de la conquista, algunos nobles mayas del Yucatán colonial se identificaban completamente con los españoles, hasta el punto de llamarse a sí mismo “nobles conquistadores”. Desde su punto de vista, los líderes de Tlaxcala y Huejotzingo se consideraban los verdaderos conquistadores de México.
Por su parte, los kaqchikel de Guatemala se jactaban de haberse distinguido más que los castellanos en la destrucción de los reinos vecinos de los mayas y zutuhiles. La desunión entre las élites indígenas, el largo historial de hostilidades mutuas y el odio contra los imperios hegemónicos, enardecido por los conquistadores españoles, fue el principal catalizador de la conquista. Los conquistadores indios que se asociaron con los españoles conservaron su posición económica y social y fueron recompensados con privilegios. Por ejemplo, los dirigentes Pech -la dinastía real que gobernaba el extremo noroccidental del Yucatán- que habían luchado contra los mayas de otras regiones de la península y se referían a sí mismos como “hidalgos conquistadores”, fueron bautizados -adoptando nombres híbridos como “don Francisco de Montejo Pech”- y confirmados como nobles y gobernantes de las ciudades. Era la forma de compartir los beneficios de la conquista entre todos los que habían invertido y participado en la empresa.
SOBRE EL INSTITUTO COORDENADAS DE GOBERNANZA Y ECONOMIA APLICADA
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