Grandes ceremonias, espectáculos y festejos han acompañado en China la celebración del primer centenario del Partido Comunista (PCCh). El tono transmitido abunda en dos elementos: el mérito de la transformación experimentada por el país en las últimas décadas debe ser atribuido a los aciertos de gestión del PCCh; segundo, este presenta hoy día, tras más de setenta años en el poder, una salud de hierro. En este contexto, a priori, imaginar un futuro liberal para China se antoja una utopía carente de fundamento. A diferencia de la URSS, las reformas en China han sido exitosas y ese balance ha servido para reforzar la legitimidad del PCCh. Pero, ¿es tan terminante tal diagnóstico? Esta es la cuestión que un grupo de analistas internacionales ha debatido en el seno del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada y lo que sigue son sus comentarios más reveladores.
Lo cierto es que el proceso chino es, en esencia, contradictorio. De seguir con el rumbo iniciado en 1949 por Mao Zedong, la sucesión de crisis tras las vividas durante el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural habrían puesto fin sin más dilaciones a la experiencia comunista en el gigante asiático. Lo que impidió el advenimiento de este escenario fue justamente la “liberalización” impulsada por Deng Xiaoping. ¿En qué consistió? En fomentar la iniciativa de los campesinos, impulsar la libertad de precios e introducir el mercado en detrimento de la planificación, en alentar la propiedad privada, en aceptar la inversión exterior y abrirse al mercado internacional, incluso en facilitar una mayor libertad de palabra… Es decir, han sido variables de signo básicamente liberal las que han permitido a China sortear su estado de postración y convertirse en un país y en una economía dinámica y atractiva.
Muchos esperaban que esta transformación se completara del todo, de modo que una progresiva mejora del nivel de vida y desarrollo desembocaría per se en una transformación política de tal alcance que introduciría las bases de un nuevo sistema. Se aceptó que esto debiera hacerse de forma progresiva y natural, justamente para acomodar las especulaciones que siempre han jugado a la contra: la inexistencia de condiciones para democratizar al completo el país ya sea con base en el argumento demográfico o el cultural. Realidades como India o Taiwán invalidan ambos. Ni una abultada población ni el magma civilizatorio de raíz confuciana son impedimentos irresolubles para liberalizar el país, sus instituciones y su sociedad.
El principal obstáculo para avanzar en esa dirección ha sido el propio PCCh, quien ha tirado provecho de la bonanza de estas décadas para reafirmarse como viga estructural del sistema político. Así las cosas, cualquier cambio que amenace su estatus será excluido de forma implacable.
Para que el PCCh preserve su condición hegemónica y blinde su poder debe encorsetar las reformas liberales que han ayudado a China a desembarazarse del atraso y modernizarse a veloz ritmo. Ese empeño en someter la liberalización a su antojo constituye el principal hándicap de la evolución del PCCh, quien parece seguir confiando a ciegas en su capacidad para domesticar el dragón y ponerlo a su servicio. ¿Lo conseguirá? ¿Por cuánto tiempo?
Una alternativa liberal a las contradicciones del desarrollo
China enfrenta importantes contradicciones. En lo interno, su agenda es tan variopinta como compleja. Los intentos de meter en cintura a las grandes empresas tecnológicas privadas pueden acabar ahogándolas, como también el propósito de disciplinar a las bolsas de valores de forma que nadie se mueva al margen del control e intereses del Partido. Todo ello, más de cuarenta años después de iniciarse la actual política, deriva en la cristalización de hostilidades que podrían afectar, más temprano que tarde, a la estabilidad.
Téngase en cuenta también que China no tiene fácil afrontar los retos sociales si la economía no proporciona ese margen de maniobra a que nos tenía acostumbrados, lo cual puede afectar al empleo. El reto demográfico o los nuevos hábitos de los jóvenes que sugieren un enfoque de sus vidas hasta ahora inédito, menos dispuesto a secundar a ciegas las consignas del aparato político, puede dar el toque de gracia al desapego que muchos pronostican. Si una ficha del dominó cae, las demás pueden zozobrar también.
En lo externo, es la alianza de democracias liberales lo que puede incomodar más la gestión de sus ambiciones exteriores. El sustrato que nutre las tensiones comerciales, económicas, financieras, estratégicas, políticas entre los países desarrollados de Occidente y China tiene particularmente en cuenta su explícito rechazo a los valores liberales y a la narrativa internacional en materia de derechos humanos. Cualquier aproximación del pasado, cualquier invocación al diálogo enriquecedor, parece encontrar hoy una Gran Muralla sustentada en la fortaleza de un poder creciente, desde el económico al militar.
Todo este cúmulo de retos abruma. Para los líderes chinos esto no representa una novedad y la competencia de su meritocracia, cualquiera que sea su signo ideológico, no debe ser subestimada. Bien es verdad que el nacionalismo puede opacar en un momento dado las alternativas en liza. Esa es la gran apuesta prioritaria del PCCh. Pero cabe pensar que en el mundo de hoy, enfrentado a una inflexión histórica de largo alcance, se necesita resiliencia y no dogmatismo. Es precisamente esa capacidad de adaptación lo que le ha permitido al PCCh patrimonializar el Estado de forma persistente. Si faltara en aras de preservar su poder, dicha quiebra podría afectarle de modo irremediable. La combinación de agenda interna y externa acumula importantes desafíos que debe encarar en los próximos años. Esa demanda acabará por imponer su propia dinámica, a riesgo de ahogar cualquier obstinación por asegurar una perennidad a contracorriente de la historia.
Imaginar un futuro liberal para China pudiera, por tanto, no resultar tan descabellado. Sobre todo si el mundo democrático, además, responde al envite, reacciona con reformas y planta batalla allá donde el PCCh argumenta su fortaleza: la eficiencia. Torres más altas han caído.
SOBRE EL INSTITUTO COORDENADAS DE GOBERNANZA Y ECONOMIA APLICADA
Institución de pensamiento e investigación de la interacción entre gobernanza y economía aplicada para avanzar en constructivo y en decisivo sobre el trinomio: bienestar social, progreso económico y sostenibilidad ambiental; en pleno entorno evolutivo sin precedentes desde finales del Siglo XVIII y principios del XIX con la revolución industrial. Fiel a sus principios fundacionales de independencia, apartidismo y pluralidad, el Instituto lidera proactivamente la fusión entre la esencia y la innovación de la liberalización económica, como mejor modelo de afrontar los retos presentes y futuros de país, de Europa y del mundo.
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