La complejidad del Brexit y sus secuelas, bien visibles a lo largo de su dilatado y controvertido proceso de negociación, parecen no tener fin. Si en su día algunos alentaban el temor a un hipotético efecto dominó en algunas capitales europeas que, imitando su ejemplo, podrían ponderar la conveniencia de instar un distanciamiento de Bruselas, lo cierto es que la onda expansiva de la fractura amenaza más con sacudir la estabilidad institucional británica que la propiamente comunitaria. Todo lo relacionados con el Brexit forma parte del interés analítico del Instituto Coordenadas de Gobernanza y Economía Aplicada, que una vez más convoca a un grupo de expertos para analizar el estado actual d este candente asunto.

Dejando a un lado los inevitables flecos del acuerdo que aun pueden deparar sorpresas en el futuro inmediato (como ocurrió recientemente con el litigio pesquero en torno al caladero de la isla de Jersey que nuevamente sentarán a negociar a Londres y la Comisión Europea), la mayor incógnita reside en el futuro unido de la propia Gran Bretaña, coinciden los analistas del Instituto Coordenadas.

Los resultados del “superjueves” electoral del 6 de Mayo abundan en esa tesitura. En el horizonte del medio plazo, con ser importante para Boris Johnson, lo de menos ha sido calibrar el nivel de aceptación de su Gobierno después del Brexit si lo comparamos con la fuerza telúrica de las tendencias que muestran los gobiernos regionales en Escocia, Gales e Irlanda del Norte. En esta última hemos podido apreciar en los meses recientes un caldeamiento de la situación con repunte de una escalada de violencia en las calles que todos daban por superada.

No obstante, las consecuencias fronterizas del Brexit dejaron tras de sí inocultables sinsabores en algunos sectores unionistas, intensificándose las divisiones preexistentes, precisan los analistas. Los Acuerdos de Paz del Viernes Santo firmados en 1998 se tambalean. Y el fondo de la cuestión nos remite al actual trazado aduanero, resultado del Brexit, que los protestantes interpretan como favorable a quienes abogan por unirse con la República de Irlanda, miembro de la UE.

En Gales, los nacionalistas de Plaid Cymru también han aumentado la representación. Y los laboristas se han subido al carro de la reivindicación de más transferencias para el Senedd Cymru (Parlamento galés) para cortar el paso a los soberanistas. Según sondeos recientes, un 58 por ciento de los galeses de entre 16 y 34 años dice ser partidario de la independencia. Con el paso de los años, el independentismo se afianza como una referencia política y electoral imposible de menospreciar.

Pero el problema mayor es, sin lugar a dudas, Escocia, señalan los analistas del Instituto. La contundente victoria de los independentistas, con mayoría absoluta sumando fuerzas de los Verdes y los nacionalistas del Scottish National Party (SNP), abre paso a la demanda de un nuevo referéndum, lo cual genera el inevitable nerviosismo en Downing Street. Una hipotética segunda consulta en Edimburgo pone en riesgo la estabilidad de la unión del Reino dado que no sería descartable que Irlanda del Norte o Gales quisieran también imitar ese camino. En la primera consulta, llevada a cabo en 2014, el resultado fue a favor de mantenerse dentro de Gran Bretaña (55 a 45).

En consonancia con el mensaje desplegado durante la campaña, la ministra principal Nicola Sturgeon lo planteó con rotundidad a la vista de su mayoría. Buscará una consulta legal para no restarle legitimidad, lo cual requiere la autorización del Parlamento británico. Por el momento, la demanda queda en stand by para dar prioridad a la lucha contra la Covid-19, pero la tensión institucional está asegurada. Boris Johnson respondió con la negativa a autorizar cualquier nueva consulta por considerar que la de 2014 zanjó el debate “por una generación”. Alister Jack, secretario de Estado británico para Escocia, en una entrevista en la BBC en noviembre del pasado año, cifró ese tránsito en 25 o 40 años, dejando claro que “ni son seis ni son diez años”.

El enfrentamiento entre Londres y Edimburgo promete condicionar la política territorial británica en los próximos ejercicios, a expensas del control efectivo de la pandemia, cuestión que ambas partes priorizan. Se dirimirá en los planos político y legal. Sturgeon apelará a que Westminster no tiene ninguna justificación democrática para negar una segunda consulta. Y el bloqueo desembocará en una segura disputa en el Tribunal Supremo británico.

El Brexit ha operado en Reino Unido como un aliciente de la independencia escocesa. La nueva consulta que promueven los independentistas tiene el añadido de un regreso a la UE. Recuérdese que en su día, una mayoría de escoceses (62 por ciento) votó en contra del Brexit. No menos importante es el hecho de que esta ha sido la cuarta victoria consecutiva del SNP, lo cual evidencia la consolidación de una base electoral que apenas se ha resentido siquiera del lanzamiento por parte del ex ministro principal Alex Salmond de un nuevo partido cuyo programa consiste en la búsqueda inmediata de la independencia.

Así las cosas, concluyen los expertos convocados por el Instituto Coordenadas, el lustro que ahora se inicia se antoja crucial en la política británica. Mientras, para la Unión Europea, estas convulsiones post-Brexit contribuyen a cimentar su proyecto, desautorizando las lecturas apocalípticas sobre el principio del fin de su ideario. Pese a las carencias de la política comunitaria y de lo complicado que tantas veces resultan los avances, la estabilidad institucional es una importante garantía que debe ser especialmente valorada en tiempos tan convulsos para el sistema internacional. Su efecto sosegador será, sin duda, echado en falta al otro lado del canal de la Mancha. El Brexit depara a la UE una oportunidad para reafirmar sus aspiraciones y persistir en su hoja de ruta a favor de la integración continental. Y cuanto más nos alejamos de 2016, más se agranda esa percepción.

SOBRE EL INSTITUTO COORDENADAS DE GOBERNANZA Y ECONOMIA APLICADA

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